Yadira González Ruiz

 Nacida en Bogota un 21 de diciembre. Hija de la boyacense  Emma Rosa Ruiz de González y del quindiano Ovidio González Valbuena (Q.E.P.D.).  

Profesional en ciencia de la información: Bibliotecología, documentación y archivística. Tecnóloga en administración de sistemas de información y documentación, egresada de UNINPAHU. Tecnóloga en Ingeniería de sistemas egresada de CIDCA.

Con experiencia laboral de 19 años. Experta en proyectos de alfabetización informacional y promoción de lectura, narración y escritura dirigida a niños, adultos mayores y población vulnerable en situación de discapacidad. Didáctica y pedagogía en virtualidad sobre el uso de herramientas web. Experiencia profesional en procesos técnicos, inventarios. Manejo de bases de datos bibliográficas y académicas.

Aficionada a la literatura y experiencia en escritura, en géneros literarios como poesía y cuentos cortos.

ALGUNOS TRABAJOS LITERARIOS

   Poemas.

EL VIENTO

En la laguna todo es viento... todo es nada,

allí nace el grito de la bruma

y el desespero de una oscuridad absoluta.

¿Existe el viento?

El viento, es la ráfaga  de voces silenciosas,

es el llevador de colibríes y los sueños de una pasión escondida.

Es el que grita lentamente al mar su nombre hasta desesperarlo

y  el que cansa las hojas con su movimiento.

Ruge cuando su cuerpo senil se niega a existir

y grita azotando mis pensamientos subterráneos.

En la laguna, aún existe el viento,

viene y va gritando constantemente su nombre al lago,

reflejándose en sus cristalinas aguas,

arrulladas como la desamparada flor ya dormida por el temor de la muerte,

confundida entre matorrales y lejanos rayos de oro y cristal.

El viento es el que arrulla mis malos presentimientos.

El viento revienta con su canto tus oídos haciéndolos sangrar,

tibiamente el viento, moja el rocío invitándolo a existir e inclinándose ante él,

lo esparce frente a la margarita de sueños profundos.

¡Viento, viento! grita,

más es Dios quien con un ligero suspiro tiende a desaparecerlo

y con un largo silbido reanuda de nuevo su viaje,

permitiéndole que roce suavemente tu piel y mi triste pensamiento.

  Tristeza

Si tu alma gime,

tal vez por falta de esperanza,

igualmente gime la mía,

gime sola, gime entre los árboles vigilantes y altivos.

El alma del poeta,

es como un fino vaso rodeado de flores,

cada caracol se posa sobre ellas,

la furiosa lluvia las destruye poco a poco,

desvaneciendo su brillo.

Mi alma firme, gime sola,

ni los rayos del sol, ni el viento logran levantarla de su crudo desdén,

las gruesas gotas,

los grandes mares se desbordan por mis ojos,

ojos afligidos, más estos no rozan los tuyos,

esos tus ojos tibios, esos tus ojos de otros.

La soledad pasea junto a ti,

pero son mis mariposas  quienes acompañan

tu sombra inquieta,

tu, apenas las rozas,

como si fuesen mis malos pensamientos.

Es mi alma única en el mundo,

aunque frágil y sutil,

también se doblega

y se estremece ante los momentos,

espacios  vacíos  y confundidos,

en tu tiempo, en tu mar...

al final veo tus gotas que poco a poco,

se van deslizando por mi cálida soledad

y desaparecen conmigo, con mi tristeza y con mi pesar.

·         Cuentos cortos.

EL GIGANTE COME NUBES

Conocí hace poco a un gigante que comía nubes de colores, nubes con sabor a limón a melón y a melocotón, algunas transmitían el dulce olor de la paz, el suave olor del amor y  el alegre olor de de la pasión.

El gigante escogía sus nubes delicadamente, a veces el color de las nubes era engañoso, por ejemplo, las nubes grises y las negras eran las más deliciosas, solo se debía contar con la paciencia para quitar poco a poco el fino cascaron negro o gris para dejar su brillante y jugoso fruto. A veces se equivocaba de nube y no estaba lo suficientemente madura para comer, cuando esto sucedía, la tierra se estremecía, llovía con truenos y relámpagos, pero cuando la nube estaba lista para ser devorada por el gigante, la tierra se ensalzaba y todo brillaba armoniosamente.

Ahora me pregunto si el rocío de las flores es originado gracias a un delicioso banquete de etiqueta que siempre ha tenido el gigante, lleno de exquisitos bocadillos nocturnos.

LA SEÑORITA

Era verdad, sí, era cierto.

Era verdad cada uno de sus latidos que poco a poco le hacían comprender que estaba viva.

! Sí, era cierto!.

Sus manos tambaleantes acariciaban suavemente la ya ajada tela  del vestido azul de la señorita.

Ella sin poder musitar palabra alguna, desnudaba rápidamente su mente, mientras que los latidos, aulladores de pájaros se cerraban en medio de su pecho. En ese momento, la señorita deseaba desaparecer, pero no, ya era tarde, demasiado tarde, la señorita no quería sentir, ni tampoco ver lo que se deslumbraba ante su presencia, cerraba sus ojos fuertemente, pero a pesar de todo él seguía allí, acariciándole el vestido  por doquier.

En ocasiones cuando acariciaba a la señorita, ella desaparecía o huía protegiéndose tras un árbol, después, un poco confundida y  atemorizada,  corría sin siquiera detenerse a ver el camino que cruzaba.

 Se sentaba y lentamente ponía su  hermoso pecho contra el césped, allí se disponía a esperar a que él  apareciera entre los árboles, agitando cada hoja, pero... aquí venia nuevamente.

La señorita dio un triple salto mortal, dio una vuelta tan perfecta que sus ojos se  desorbitaron y empezó nuevamente a huir.

Corría y corría entre las flores, él, deseoso de tenerla entre sus inexistentes manos, deseoso de acariciarla, de sentir su vestido azul, el cual le permitía ver más de lo normal,  incitando a su imaginación a ver lo poco que no alcanzaba a observar. Él, corría ferozmente tras ella, crecía y crecía lentamente cada vez que la veía, cada vez que la pequeñísima falda bailaba acariciándole las largas piernas, mostrándolo todo sin mostrar  nada, la corriente que su inexistente cuerpo transportaba era cada vez más fuerte azotándola ferozmente.

Ella, con el corazón en la mano continuaba velozmente, sus ojos lagrimeaban sin sentido y sus curvas  perfectamente moldeadas se deslizaban por su cuerpo como si fuesen esculpidas en el más frágil material.

¡Corre!, ¡corre!  - se decía a sí misma. Ya no sabía a qué sexo pertenecía, sus plumas, esas que llevaba en la espalda, se alborotaban con facilidad hasta que él la alcanzo, el corazón se le derretía entre los dedos... y cuando él la abrazo, su pequeña falda se desgarro en mil pedazos, en ese momento él, conocido como  viento, la elevo, ella, sin saber quién era extendió las alas  y voló hasta el infinito, en ese momento desapareció todo dolor , todo temor y descubrió que lo único que él quería,  era enseñarle a volar ...